Les damos la bienvenida a la decimoquinta entrega de Ab. Revista de Abogacía. Hemos decidido iniciar este número recordando un fragmento de una obra temprana de Hanna Arendt, previa a la publicación de los orígenes del totalitarismo, con la esperanza de encontrar algunas claves que nos permitan comprender, desde sus marcas e inscripciones, este trauma moderno que incesantemente retorna, o que quizás nunca acabó.
Al ensamblar, como piezas de un rompecabezas, lo sinuoso del hombre corriente con lo siniestro de este tiempo, Arendt dio con lo terrorífico de la banalidad del mal que hace posible al terror totalitario. Pero, quizás lo más perturbador de su hallazgo, radica en develar el carácter no-excepcional de esta forma de violencia sistemática.
Pese el estremecimiento que provocó el develamiento de las prácticas genocidas, pese a las buenas intenciones de los juristas, no es muy difícil notar que, a pesar de las convenciones y de las leyes, la violencia total contra colectivos humanos no ha cesado. Tenemos una Convención internacional para la Prevención y Sanción de este tipo de violencia, tenemos jurisprudencia, tenemos teorías; sin embargo el odio al otro continúa ahí, haciendo de las suyas por todo el mundo.
Quizás sea momento, si se desea hacer algo con esto, replantear los modos en los que el derecho tramita aquel odio, que no es contracara del amor, sino puro odio, pulsión mortífera narcisista. Quizás, si nos abrimos a la posibilidad de que el psicoanálisis informe a la teoría jurídica, podremos advertir las implicancias de remplazar la imagen del sujeto cartesiano por la hechura del ser hablante, sexuado y mortal. Si la teoría jurídica moderna ‒y sus reversiones‒ no han podido poner el cascabel al gato de los crímenes de masas, puede ser momento de explorar otras alternativas epistemológicas. Aquí radica la invitación a pensar que hacemos en Ab.
[Extracto de la Presentación]