Resumen
La sociedad del espectáculo de la que somos contemporáneos no ha perdido el interés en la política. Este atractivo difícilmente pueda adjudicarse al gusto por los debates ideológicos o por los tecnicismos de la política pública. Más bien, si la política constituye todavía hoy un espectáculo de masas y de redes, gran parte de este atractivo puede explicarse en su fascinante implicación con el secreto. El ocultamiento y la simulación, la filtración y el trascendido, la revelación y la sorpresa constituyen piezas centrales del repertorio de la práctica política. Esto se vuelve, sin embargo, un problema cuando pensamos en la política democrática. Si el gobierno del pueblo supone contar con información pública, clara y accesible, no es difícil ver cómo entre democracia y secreto se traba una relación antagónica. […]